La abundancia de información en la Red, con la amplificación y alcance que le dan las redes sociales conformadas por usuarios empoderados por la tecnología, hacen imperativo un periodismo más comprometido con la verdad, proceso en el cual la ética juega un papel fundamental para preservar la credibilidad.
Considerada el ADN del periodismo, la ética es el tema central de la guía en formato ebook publicada en español por el International Center for Journalists (ICFJ) con el apoyo de la UNESCO y del gobierno de Suecia.
Intitulada Ética periodística en la era digital, en esta obra escriben Javier Darío Restrepo, director del Consultorio Ético de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), y Luis Manuel Botello, vicepresidente de Nuevas Iniciativas del ICFJ.
Una decena de ensayos breves más una conclusión, integran los capítulos de esta publicación que en tan sólo 32 páginas concentra temas como las nuevas audiencias, la expansión e impacto de las redes sociales en la instantaneidad y viralidad de la información, la frontera opinión-noticia, la credibilidad e independencia editorial de los medios y su urgencia de nuevos esquemas de financiamiento, el periodismo ciudadano y el periodismo de investigación e informar en tiempos de violencia, entre otros.
La pregunta central no si es necesario contar con una, sino si es una ética distinta o nueva lo que requiere el periodismo del siglo XXI para afrontar los retos de una cultura digital, o si, por el contrario, continúan vigentes -e inalterados– los principios tradicionales como son compromiso con la verdad, independencia y responsabilidad con la sociedad.
La respuesta, que se encuentra en las últimas cuatro páginas (en las conclusiones), es precedida de un extenso preámbulo contenido en los diez primeros capítulos, en los cuales Restrepo y Botello recalcan que el periodismo del siglo XXI tendrá unas características que lo harán «a la vez antiguo y nuevo», y que del periodismo «de siempre» tendrá que conservar su apego a la verdad, esto es su credibilidad, que es esencia y razón de ser de la profesión.
Y es precisamente esa credibilidad la que está resintiendo el impacto negativo de la llamada posverdad (o postverdad como aparece originalmente en la publicación de la ICFJ, pero aquélla es la grafía recomendada por el Manual de Español Urgente de la Fundéu BBVA).
Qué es la desinformación
Con la característica central de ser construida al margen de los hechos con el fin de distorsionar la realidad, la desinformación es considerada por Restrepo y Botello como una de las peores amenazas al periodismo profesional y por ello le dedican todo el primer capítulo además de aparecer un total de 13 veces en el volumen. El fenómeno denominado fake news parece estar incluido también en el concepto de posverdad.
«La pregunta se ha vuelto frecuente: ¿Cuál es la responsabilidad de los periodistas en el fenómeno de la desinformación? ¿Somos víctimas o victimarios?», se cuestionan los autores.
Designada como «palabra del año 2016» por el Diccionario de Oxford,post-truth (posverdad), se ha insertado en acontecimientos como el Brexit, los comicios presidenciales en Estados Unidos o el plebiscito colombiano sobre los acuerdos de paz con las FARC, con el elemento común que es «la utilización de la mentira o de las medias verdades como armas electorales de modo que en la conciencia de los electores y en la de los medios de comunicación, las verdad había quedado en la sombra», señalan los autores Restrepo y Botello.
El campo de acción de la posverdad es amplio, señalan los autores: en el periodismo, como en la política y en las relaciones sociales, «habían aparecido sustitutos de la verdad, mientras ésta desaparecía progresivamente, como el sol en un ocaso».
Como factores también relevantes, los autores señalan la renuncia al papel crítico por los propios periodistas en lo individual (en nombre de la imparcialidad u objetividad), así como el fenómeno de la viralidad de las redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram, por mencionar algunas de las más conocidas.
«El efecto multiplicador de estos mensajes virales es imparable y sólo hace que las noticias falsas se propaguen tan rápido que no dan tiempo a los periodistas y medios para su verificación», señalan los autores.
Este fenómeno no ha pasado inadvertido para los políticos y otros grupos de interés -agregan Restrepo y Botello- que han aprendido esto «mucho mejor que los periodistas y medios, quienes son rebasados y manipulados por estos mensajes».
La viralidad de las redes sociales, continúan los autores, en el caso de las elecciones estadounidenses, «permitieron el nacimiento de verdaderas fábricas de noticias falsas«, y la prensa tuvo su parte de responsabilidad ya que, en la búsqueda de noticias de impacto, reprodujo «cables, especulaciones y medias verdades que desorientaron la opinión pública«. El caso de los hackers rusos es citado como ejemplo.
No terminan allí las consecuencias del fenómeno: desaparecida la verdad en los medios informativos, «nadie les va a creer y, por tanto, pierden su razón de ser», y esto significa un golpe tanto a la identidad profesional y a la sustentabilidad económica de las empresas periodísticas, al cundir la idea de que «los medios dejaron de ser informativos y se volvieron de propaganda, o sea que son prescindibles», con la consiguiente crisis en la industria (agravada por la migración de los lectores al ciberespacio).
El panorama planteado llega a tener efectos generales y hasta globales, señalan Restrepo y Botello: «Al desaparecer la verdad también se pierde la confianza entre las personas y entre los grupos sociales», y «desde las cotidianas relaciones entre personas, las relaciones de negocios hasta los grandes acuerdos entre naciones, todos resultan debilitados por la desconfianza«.
En un mundo dominado por las noticias falsas que devienen virales en cuestión de segundos -señalan los autores- el rigor periodístico continúa siendo una de las mejores defensas de la verdad, a través de la investigación y la verificación de datos (fact-checking).
De manera paralela se requiere -agregan- la formación del pensamiento crítico de los consumidores de información (news literacy), lo que ya ocurre en programas desarrollados por algunas universidades estadounidenses y que tienen como fin el formar lectores que por sí mismos detecten la noticia falsa, en el ideal de contar con las audiencias como agentes de verificación de datos.
Otra conclusión de los autores es la importancia de una formación de estudiantes y periodistas en activo que vaya más allá de lo meramente técnico pues «se necesita una actitud personal hacia la verdad y de rechazo a la mentira y de las medias verdades», en ello el mundo académico juega un papel fundamental.
Asimismo se muestran partidarios de atajar lo que el legendario Ryszard Kapuscinski denominó «el peligroso desarrollo de la información electrónica e instantánea», lo que en la visión de Restrepo y Botello desemboca en «la prisa por la verdad inmediata (que) afecta la verdad«.
Adicionalmente se indica en el manual, por todos los medios debe evitarse el sensacionalismo, que consiste en mostrar hechos que pueden ser verdaderos pero con información parcial y sesgada de manera deliberada a conveniencia del periodista o del medio de comunicación, ya que ello lleva a desconocer dos valores esenciales de la profesión: el compromiso con la verdad y la responsabilidad con la sociedad.
La publicidad y el negocio
El planteamiento de Restrepo y Botello parte del hecho difícilmente controvertible de que el periodismo requiere apoyos financieros para llevar a cabo su misión, «pero no a costa de su libertad de información, ni de su identidad profesional».
Se continúa con la explicación: «No se trata sólo de un espacio para anunciar, sino del aprovechamiento de un intangible que se llama credibilidad, asociada a ese factor fundamental que es la confianza», y de ello deriva el mensaje real en el sentido de que «así como tus lectores confían en tu información, que también lleguen a creer en la mía (la publicidad)».
Como en el periodismo tradicional, en el periodismo digital debe prevalecer la separación entre la información y la propaganda (o publicidad), para que no haya motivo de confusión de cuándo es presentada la una o la otra. A ello, Restrepo y Botello le agregan el rechazo a la práctica de los contenidos patrocinados, «como una forma disimulada de pagar al periodista, para que diga o calle según la conveniencia de quien paga».
Por parte de las empresas -se recalca en el manual- sus directores o gerentes de medios «están obligados a hacer respetar esa línea gruesa que marca la frontera entre publicidad e información periodística» y, por tanto, «rechazar las pretensiones del anunciante o del patrocinador que exige por su dinero algo más que el espacio para su logotipo o mensaje», ya que la información al ser un bien social y no una mercancía, «tanto los empresarios como los gobiernos han de saber que ése es un espacio sagrado e inviolable«.
Esto lleva a que los medios deban explorar nuevas estrategias que eviten «subordinar el periodismo al negocio«, pero también la industria requiere un cambio de imagen, señala el manual: «El periodismo (…) tiene que quitarse de encima la sospecha de que, en el momento de informar, depende de sus fuentes de financiación«.
«En estas condiciones, además del cambio de contenidos y del cambio de relación las nuevas audiencias, se impone el cambio de las fuentes de financiación» y que cualquiera que sea la estrategia adoptada «debe reforzar y poner en evidencia la independencia total del periodista al informar», se indica en el manual.
Conclusión
Resulta innegable que se trata de una guía que toca un tema de la mayor actualidad, y de la mano de uno de los más reconocidos expertos en ética periodística. Es un texto de referencia para estudiantes, profesionales y público interesado en el tema.
Escribe
Bárbara Vázquez
Activa en el periodismo desde 1984
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